a su desobediencia pecaminosa, pero sólo si era la voluntad de Jehová. El profeta no saltó al agua, como sugirieron algunos comentaristas que debió hacer; sabía perfectamente que su vida no era de él. Lo que movió a Jonás a decir: “Echadme el mar”, no fue un deseo de muerte suicida, ni fatalismo, sino sólo la fe. Ya no estaba huyendo de Jehová; ahora deseaba entregarse totalmente, en cuerpo y alma, a la voluntad y al cuidado misericordioso de Jehová. Jonás deseaba sacrificarse por causa de otros.
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